16 eventos de patio que construyen resiliencia.

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Post nutritivo para quienes están ya hartos de ovejas perfectas, buscan mejores recetas para alimentar al Ave Fénix y creen como nosotros que los valientes no se crean en serie, ni se saca el carnet de luchador aprobando un exámen declamado con nota. Si la resiliencia es uno de los valores de la nueva educación, como pasar del dicho al hecho?  Nos empeñamos en declamar el valor de la tenacidad y el esfuerzo, pero a veces dejamos escapar las oportunidades que hacen los andamios del valiente que queremos forjar.

Ensayamos la resilencia en casa?

Entre el fast good de nuestra vida, cómo hacer qué nuestros #buenoshijos sean esas personas a prueba de frustración, capaces de superar las adversidades y gestionarse las herramientas para recomponerse no solo en lo académico-   aunque sea lo que más se ve, tal vez porqué es el desempeño que más valoramos en ellos-, sino en todas las situaciones de la vida?

Leopoldo Abadía en las 36 cosas que hay que hacer para que una familia funcione bien se refiere en la 43 (sí escribe algo más que las 36 del título), a «Lo que nos tiene que importar mucho y lo que nos tiene que importar menos».  Y tiene toda la razón.  Se la doy porque no tengo abuelo, y lo de oírlo, o mejor leerlo de un abuelo ilustrado, como que pesa más.  Desde aquí gracias al @ViajeroNinja. Hay cosas que importan poco a largo plazo, como saberse los detalles de la geografía, del cálculo y de la trigonometría, mientras que hay otras que se llevan en el disco duro y son de uso diario. Saber pararse de los tropiezos y vaivenes es a la sazón, ingrediente fundamental de la creatividad, el pensamiento inquisitivo, ingrediente indispensable para ser tenaz en los esfuerzos.

El asunto no es tema de aulas, educadores, actividades extraescolares, o manual de autoayuda. Esa es la forma. El fondo es el el molde en el que se fragua esa buenahija/o. El fondo lo constituye el microcosmos de la familia y la manera como asuma los éxitos y los fracasos.El hogar es a los efectos, el laboratorio en el que se ponen a prueba los encajes entre el quiero y no puedo y el cómo lo resuelvo. No me cuentes cuentos!: Qué no podemos re-escibir el capítulo de la educación si no nos editamos a nosotros mismos como educadores y como padres. Finlandia está en el norte, y no basta con derribar paredes y usar iPads para hacernos creer que estamos ya viviendo una nueva era educativa. No podemos vivir un nuevo sistema educativo si no se forjan las bases que lo soportan. La resiliencia, junto al pensamiento crítico es la columna de hierro.

Vamos a verla:La resilencia/resiliencia no aparece en el diccionario de la RAE pero si en el Corpus de Referencia del Español Actual. Significa que está en proceso de incorporarse al Real Castellano, o como quien dice está en standby, esperando a socializarse mucho hasta ser normal y aparecer en el diccionario. Se refiere a su acepción de la siguiente manera : “ una persona que hace frente a las adversidades de la vida y trata de superarlas.» Recomponernos, mantenernos, re-editarnos es más una actitud que facilita el aprendizaje, independientemente del estado en el ciclo que se practique.

No hay rechazos ni fracasos. Lo que hay son oportunidades de construir la resilencia, si la aprovechamos. La resiliencia es el mejor predictor del éxito. Normalizar los tropiezos es hacernos la vida más fácil, incluso más grata. Los padres y los educadores tenemos pánico al fracaso. No al nuestro, sino al de nuestros hijos o alumnos que asociamos al propio, bien como padres, bien como maestros. Curioso, cuando los dos al fín y al cabo somos educadores.

La tensión entre lo que queremos y lo que nos cuesta conseguirlo es apabullante. Y como buen nudo gordiano, anida en los deportes, en el colegio, en las fiestas de cumpleaños y en las quedadas con los amigos. Siempre hay algo que cuesta, que no nos gusta o que no nos convence, pero la diferencia entre superarlo, pasar página y seguir adelante, o no marca toda la diferencia entre tener firmeza y convicción y ser parte de un rebaño perfecto.

Hay cosas por las que hay que pasar, alguna vez en la vida, y aunque no caben todas en una sola lista, aquí hay algunas que todos recordamos:

16 cosas que vale la pena permitir que sucedan en la vida de l buenhijo

Limar las asperezas de los prismas y los ángulos de las dificultades para disimularlas, hacerlas pasar desapercibidas o menos evidentes es un arma de doble filo. Porqué aunque sea grande el elefante seguirá siendo un elefante, y mejor verlo delante para saber que se puede pasar por el camino que lo rodea, sobre él si le pedimos permiso y lo vemos a los ojos o comerlo a cachitos, según se decida sea más conveniente.  El elefante, cuando tienes 9, 10, 13 o 14 años, es proporcional.  Lo será también con 25, 30 y 40. Mejor empezar con elefantes pequeños verdad?

La resiliencia no solo consiste en pararse de nuevo y seguir la estela del Ave Fénix. Es ver la realidad y asumirla, sin complejos. Clic para tuitear La imperfección es normal, au naturel y sin maquillaje. Hacemos creer a nuestros hijos que nuestra propia vida ha sido un paseíllo. Cómo si no nos hubiera costado sacarnos la carrera, conseguir nuestros puestos de trabajo o clasificarnos para tal o cual competición deportiva: algunos de los anteriores sin éxito.

Porqué menos es a veces más

La “cultura del temor a la caída” tácita, implícita, encubierta y perversa habita entre nosotros. Nuestros hijos no pueden dejar de ser más guapos, más altos, más fuertes, mejores alumnos, más aventajados, más listillos, más, más… Sabernos vulnerables, y asumirlo parece que no está bien visto, no es plan. Entonces como que lo dejamos aparcado en algún lugar lejano, cubierto de prendas chulas de marcas reconocidas talla 8 o 10, dispositivos tecnológicos de última generación, juguetes y otras tiritas varias.

Es parte de nuestro instinto protegerlos, evitarles cualquier dolor o sufrimiento. Eso es una cosa: otra la sobregratificación: “ genial, campeón, máquina, estás en racha”. Hasta presionar un botón tiene recompensa, independientemente de que tenga algún mérito hacerlo. Nadie dice que nuestros niños no sean geniales, que lo son; solo que también hay que subrayar el valor del esfuerzo, más que aplaudir el resultado. En la sobregratificación caemos todos: no solo padres, sino también educadores e instructores. Por ser niño te mereces ser un campeón y sus sucedáneos, para que no se sientan mal.

En éste contexto, donde los dispositivos llenos de aplicaciones tecnológicas ocupan más tiempo de nuestros hijos, donde el tiempo se nos pasa muchas veces en ir de actividad extraescolar a otra, dónde los fines de semana no se descansa porque la agenda social está a tope y la línea entre amigo, compañero o compromiso no está clara, el mensaje que queda no es para nada edificante: «Todo, tienes todo. Nonstop». Cómo enfrentarse desde ese lugar a qué algo salga mal? Cómo! si soy tan… me puede pasar a mí? -«Es que te tienen envidia, son unos picados, no te atienden lo suficiente»

Esa situación tiene otra alternativa: La de reflexionar que el aprendizaje es un proceso continuado, sea académico, social o deportivo y que pasa sus altos y sus bajos, no es muy popular a simple vista.  La conclusión razonable de la reflexión llega al esfuerzo y la dedicación y cómo a veces tenemos tantas cosas que hacer como que no nos dá tiempo.  La sobregratificación, la antagonista de la resiliencia es perversa, porque se empaca fácilmente entre algo que nos encanta: echarle la culpa a los demás y dejar de mirar en nosotros mismos.  Fuera hay confort, no me compromete. El resultado, entendido como éxito está asegurado, viene de fuera: no es mi problema. Le das al botón y te vuelve a decir que eres majo chaval.

Entonces que nos queda: Si estamos en redefinir los valores del aprendizaje porqué no re-escribimos también el significado de su éxito.  El éxito está en el proceso no en el resultado.  Está en saber enfrentar las pequeñas grandes cosas sin tener que ser mártir o tirano de patio escolar.  Puedo seguir siendo igual de amado, simpático, querido sin ser el más guapo, el más listo, el más, más, más?  Eso es lo que hay que demostrarles a los enanos.  Que siendo humanos como somos se vive mejor.  Somos falibles, porque de ello aprendemos. La humildad de sabernos vulnerables solo nos hace ser humanos.

No somos más que eso:humanos, aunque al ego le duela, al incipiente ego del niño menos que al de su madre o su padre.  Ese ego infantil pre-adolescente se modulará según el camino que le mostremos sea el más adecuado para resolverlo. Humildad, aceptación para tomar nuestras propias decisiones respecto al cómo queremos recomponernos es una de las oportunidades que nos regala la resilencia.  Todo en uno.  Todo en dejar hacer, dejar pasar.  Si sé quién soy yo, qué importa lo que venga de fuera.

Más difícil decirlo que hacerlo. Catherine L´Ecuyer lo hila con cariño y rigor cuando se refiere al esfuerzo, la austeridad y la sencillez.

 «Un niño que tiene todo, antes de desearlo, no necesita ser creativo porque no necesita nada, no anhela nada. Tiene la vida resuelta.  Un estilo de vida familiar que todo resuelve, hace que el niño se conforme con una actitud pasiva y de consumo.  En este sentido, nuestros hijos han de tener cada vez menos cosas y aprenderán a vivir el desprendimiento voluntario»

Catherine L´Ecuyer.  Educar en la Realidad.

El éxito está entonces en permitirnos fracasar en algo, alguna vez. Ser una buena y amable persona, esforzarse siempre independientemente de que ganes o pierdas es la carne que soporta la resiliencia. El proceso de la resiliencia es la arena en la que es posible mantener un interés a largo plazo. Así la cosa, la resiliencia se dibuja como amalgama de competencia, confianza, conexión, carácter, control.

La resiliencia se construye en el laboratorio de casa. Se aprende con el ejemplo y no se inocula con un libro de texto. Saber dar valor a lo que es realmente importante fragua la resiliencia.  Saber distinguir y valorar no solo el mérito propio, sino también las virtudes y cualidades de sus pares sin que medie lo que tienen o exhiben. Ver las cosas como son: blancas, grises y negras.  El lado oscuro y la fuerza, si lo ponemos en modo galáctico. Ese prisma se gradúa en casa, con los comentarios sutiles, las crónicas del día a día y las notas de pie de página de las sobremesas, los ratitos de sofá y la charla del desayuno.

Eso sí, se ensaya en el cole dónde se afina y se ajusta. Y en el próximo post, desgranamos como hacerlo y mantenerlo.

Bibiana Vargas

Furibunda lectora, estudiante para toda la vida, rebelde con causa donde la haya. Inundada de sentido creativo, y todas las demás cosas de la vida normal y corriente.

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