Aprendizaje: Yo sí puedo mamá
Este post lo escribí hace un tiempo en circunstancias similares a las que me llevan a reeditarlo hoy. En esa oportunidad fue el mayor de mis hijos el que me inspiraba la lección: la infancia y el crecer no son un eterno jardín de risas y juegos. Ser niño es también enfrentarse al mundo de los retos y los obstáculos que solo de ser exitosamente superados nos dejan avanzar en caminos de seguridad y confianza, aunque ello nos cueste trabajo.
El aprendizaje es un proceso orgánico. Todos aprendemos -grandes y pequeños- en ritmos y a pasos diferentes. No obstante si existe un factor común en el aprendizaje de cualquier cosa con la que nos topemos. El trabajo, y en muchos casos según desde donde y con qué habilidades contemos el trabajo duro resulta inevitable.
Cuando comienzas el aprendizaje de una nueva materia sea ciencias, geografía, parsi, guitarra o programación, nuestros niveles de entusiasmo despuntan a niveles superiores, arrastrando nuestras emociones en la misma dirección. Los conceptos básicos son fáciles de atrapar y tenemos esa sensación de frescura y sencillez que nos hace creer que se nos dá bien esto o aquello haciendo el aprendizaje divertido y gratificante.
Una vez superado este momento llegamos a otro en el que las cosas no son ya tan simples como teníamos gratamente aceptado que lo fueran. La elaboración de los conceptos iniciales resultan más difíciles de entender y ya no es tan divertido, incluso llega a ser molesto enfrentarnos al camino del aprendizaje.
Con trabajo y perseverancia, eventualmente llegamos a controlar material cada vez más complejo y cruzar el punto de inflexión que conlleva todo aprendizaje para obtener algo que nos hace verdaderamente humanos: confianza. Logramos comprender o mejor aún hacer algo útil con conocimiento y propósito para aplicar ese conocimiento de maneras nuevas e interesantes, según nuestro propio criterio haciendo ésta experiencia algo aún más divertido de lo que fué inicialmente.
El momento de inflexión, esa cumbre a la que cuesta llegar es la que nos exige verdadero esfuerzo, y es cuando vemos la cumbre cuando nos decimos a nosotros mismos: “no puedo, no quiero, no sé, no quiero ir” que es otra manera de decirnos “tengo miedo”, “cómo yo puedo llegar allí”. Nos pasa a todos, podemos dar la vuelta y mirar atrás donde se está cómodo con los elementos que controlamos o damos el salto. Ahí gritamos, lloramos, hacemos pataleta y montamos el berrinche. Este punto es peligroso, porque es en el que muchos papás/mamás desde nuestro protectivismo les permitamos habitar allí y lo patrocinamos: “tienes razón cariño, no te preocupes que esto lo vamos a hacer de otra manera”.
No hay un solo niño o adulto que no haya experimentado éste momento, o que no haya perseverado con su trabajo y consistencia para llegar donde ha llegado. La idea de que el talento natural es lo único que se necesita para lograr alcanzar una meta es falsa, aunque queramos aferrarnos a ella.
Las dificultades son una parte natural e inescapable del aprendizaje humano. Lo que es más, no es una fase aislada. Son series de fases que nos acompañarán a lo largo de la vida. Nuestro trabajo como adultos responsables es guiar y dar forma al desarrollo de nuestros niños, aplaudir y disfrutar los momentos altos y apoyarlos como mejor podamos para que no se rindan en los momentos bajos.