¿Cuéntame cómo te ha ido el curso?
Semana de celebraciones y actos que marcan el fin de un año escolar más. En la larga travesía que supone el paso por la vida escolar este momento es el que más me gusta para mirar la cara a los niños cuando salen del colegio. Con la promesa del verano delante, cuando el tren está a punto de detenerse para alimentar el alma, el corazón y la curiosidad con otros descubrimientos fuera de la rutina.
Si lo hemos hecho bien no sólo serán las anheladas notas lo que queda en la estantería el día 23 de junio. Lo que es más importante es la satisfacción de saber que con mayor o menor éxito nos enfrentamos a dificultades y que tenemos herramientas para resolverlas. Vivimos en un mundo en el que entronamos el valor de la infancia y la pre-adolescencia para situarnos en una adolescencia eterna.
Si nuestros hijos han encontrado dificultades con los estudios, los compañeros, los profesores o el centro escolar y los han resuelto de alguna manera genial, pero si no lo han hecho aunque sorprenda me alegro y de corazón. Porque significa que tenemos la oportunidad de aprender algo con los peques por la vida y no la vida por nosotros. La experiencia es lo que nos dá herramientas a los peques y a nosotros para saber que tenemos un referente de seguridad al que recurrir cuando nos enfrentamos al día a día. Aunque vivir la experiencia no sea una fiesta todas las veces que quisiéramos.
¿Y tú qué piensas?
Reflexionar sobre la experiencia que nos deja el curso juntos: papás y niños vale y mucho. Si la reflexión es en voz alta, donde cuenten las voces de grandes y peques y donde se reconozca lo que no es sólo académico. El esfuerzo, la tenacidad y la perseverancia o su ausencia, sumado al sentimiento de satisfacción o al vacío que deja no cumplir los objetivos trazados es la más grande condecoración que se le puede dar a un niño o jóven, aunque no sea la postal soñada que tengamos pre-configurada.
¿Tenemos miedo a hacer pensar a nuestros hijos? Si no todo sale como quisiéramos tenemos tres alternativas. La clásica: culpar a los docentes, al colegio, y a todo el que se cruza en medio. A veces ver la hoja no nos deja ver el bosque. La segunda: Culpar al niño, a nosotros mismos porqué somos malas madres, porque no podemos con él niño, porque…etc. El mayor error y ésta es la tercera alternativa es ver de dónde viene algo fundamental: la motivación. En qué se sustenta: ¿Cómo te sientes con lo que has conseguido? ¿Era eso lo que querías? ¿Cómo quieres que sea tu próximo curso? y ésta es la mejor…¿Qué crees que puedes hacer para conseguirlo? ¿Cómo crees que te podemos ayudar? No hay aprendizaje sin responsabilidad, por pequeño que sea. Es la motivación interna la que hace que la intención sea compromiso y allane el camino para el aprendizaje más verdadero: el guiado por el deseo de conseguir algo propio.
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